lunes, 7 de diciembre de 2009

¿Por qué leemos a Platón?


,Por Mariano Dorr
¿Por qué leemos a Platón? En primer lugar, porque es el más grande pensador de todos los tiempos. Nunca habrá otro igual. A la vez, no debiéramos olvidar que la respuesta no puede desligarse de su propio linaje platónico. Nos guste o no, pensamos platónicamente, por conceptos. Platón es la tradición (algunos dicen que toda la historia de la filosofía no es más que una nota al pie de sus diálogos). Pero cuando una tradición se funda, naturalmente lo hace rechazando todo aquello que amenace sus fundamentos. Platón quiso quemar las casi seiscientas obras de Demócrito, el creador del materialismo. Los cristianos llegados al poder, en su momento, quemaron bibliotecas enteras. Se organizaron para perseguir y torturar a aquellos filósofos que enseñaran un pensamiento diferente. Así se ha fundado una tradición. Harold Bloom, en sus más famosas páginas, escribió que el canon es Platón y Shakespeare: la imagen del pensamiento individual, ya sea Sócrates brindando con cicuta o Hamlet sosteniendo un cráneo. Dos escenas para un mismo problema: todos vamos a morir. Y el problema del canon no es otro: Cada día nuestra vida se acorta y hay más cosas que leer.

Desde los griegos hasta hoy –según Onfray– la filosofía ha privilegiado una sola cara de su doble rostro: “Al salir triunfadores, Platón, los estoicos y el cristianismo imponen su lógica: odio al mundo terrenal, aversión a las pasiones, las pulsiones y los deseos, desacreditación del cuerpo, el placer y los sentidos, sacrificados a las fuerzas nocturnas, a las pulsiones de muerte”. ¿Qué sería del pensamiento, de nuestro pensamiento, si el canon fuera otro? Si en lugar de triunfar el mundo de las ideas platónicas como explicación de la realidad, hubiese triunfado la explicación atomista (no hay más que átomos, por lo tanto, o los dioses son materiales –como nosotros– o simplemente no existen), probablemente nos habríamos ahorrado, al menos, dos mil años de “monotono-teísmo” (la expresión es de Nietzsche). Del mismo modo, si en lugar de triunfar el “santo odio al cuerpo” del platonismo para el pueblo –el cristianismo–, hubiese triunfado alguna otra secta gnóstica (la de Simón El Mago, por ejemplo) probablemente hoy seríamos un poco más felices... o terriblemente desdichados, quién sabe. Borges (uno de los seleccionados por Harold Bloom en El Canon Occidental) se preguntaba qué sería de la Argentina si Lugones, en lugar de elegir el Martín Fierro como texto nacional, hubiera elegido el Facundo. Sería otro país, nada menos. Con otro canon, pensaríamos diferente; la historia habría sido distinta (lo que no es poco, teniendo en cuenta la sangre que corrió y sigue corriendo hasta hoy).

Los primeros hedonistas griegos
Algunos de los filósofos que recupera Michel Onfray en Las sabidurías de la antigüedad, Contrahistoria de la filosofía, I:
Democrito de Abdera
(n. siglo V a. C.)
Sócrates es una especie de Jesucristo pagano; todo es antes o después de él, al menos para la historiografía dominante, que llama “presocrático” a Demócrito: “Es menor que Sócrates, aunque sólo diez años, y todavía le quedan entre treinta y cuarenta años de vida cuando éste muere. Para ser un presocrático, ¡vaya complicación!”. Demócrito recomienda no obedecer a otra cosa que a uno mismo, en esto consiste vivir libremente. Para ello, hay que aprender a gozar del placer en uno mismo: tranquilidad del alma, buen orden, regocijo, buen humor, buena disposición, salud moral. Pero atención: el gozo no consiste en el derroche, sino en el placer de no sufrir.

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